Esta charla requiere de una serie de excepciones para un caso que -y acá lo más triste- no resulta excepcional. El nombre de la joven de 27 años que se sienta a contraluz a la cámara de Infobae no es Sofía, aunque así se llamará en esta nota. Quiere preservar la identidad, protegerse, cuidar a su hijo. Y así será.
Aunque no es Sofía, podría ser Carolina, Marcela, Andrea o cualquier otra joven. Y también Juan, Pedro o Mariano, cualquier adolescente. Da igual. Pero no da lo mismo. Porque como ella, son miles y miles los que caen en la adicción a las drogas y quedan atrapados en la ludopatía, inmersos en las deudas del juego y en el espiral descendente de las apuestas legales o clandestinas.
El dolor de Sofía, su infierno y su enfermedad, le pertenecen por completo. Es una lucha diaria e intransferible: nadie podrá sufrir en su lugar, por ella, aunque su hijo y su mamá también lo padezcan. Y es también el dolor, el infierno y la enfermedad de quienes están en su misma situación. Que lo pierden todo. Y que muchas veces delinquen para comprar droga o apostar.
Ahora, a oscuras y sin revelar su identidad, Sofia habla de una problemática que no tiene una sola cara, tiene cientos de miles. Las de quienes están ahí, a la vista de todos. Aunque nadie los mira. La sociedad les da la espalda.
Por todo esto, sus palabras merecen ser escuchadas. Da igual su cara y su nombre. Es su drama lo que no da lo mismo.
—¿Cómo empieza todo?
—Empecé a consumir cuando tenía 15 años. Tuve un papá ausente, que estaba y a la vez no estaba, y me hacía mucha falta su amor. Arranqué con marihuana, pastillas y después cocaína. Todo va de la mano: la pastilla casi siempre te lleva a la cocaína. A los 16 años quedo embarazada y ahí corté un poco. Cuando mi nene deja la teta, vuelvo.
—¿Pudiste dejar el consumo durante el embarazo?
—Consumía marihuana. Mi obstetra lo sabía: me decía que antes que lo otro, consumiera flores, que era más liviano.
—¿Vivías con tu mamá?
—Sí. Sigo viviendo con ella. Tengo tres hermanas más: una de 24 años, otra de 18 y una de 11.
—Venís de una familia humilde.
—Sí.
—¿De dónde salía la plata para comprar la droga?
—Sabés que ni me acuerdo… Creo que era lo que me daba mi mamá para el colegio. Y antes era barato, no estaba como ahora. Juntábamos entre mis amigas y comprábamos.
—¿No cometiste ningún delito para conseguir?
—En la última internación, sí.
—¿Qué edad tenía tu hijo cuando volviste a consumir?
—Seis meses. Cuando él tenía tres años me di cuenta de que yo estaba mal porque había vuelto a consumir cocaína. Y decido internarme: no daba más. Me acuerdo que era un lunes: llevaba cuatro días sin dormir y me quería matar ese día. Fue la única vez que me quise lastimar a mí misma: me tiraba arriba de los autos. Así, tal cual. La llamé a mi mamá: le pedí que cuide a mi hijo. Se me cruzó una chica en la calle, me sacó el teléfono y habló con mi mamá: le dijo dónde estábamos. Me calmó. Yo estaba muy deprimida porque había cortado con una pareja que me pegaba. Sufrí mucho con esa persona. Y me sentía mal: “¿Cómo no puedo salir adelante por mi hijo?”, decía. Ahí fue cuando toque fondo.
—¿Qué era para vos la droga?
—Era mi escape. Y ese día me di cuenta de que no me escapaba de nada. Estuve un mes internada. Cuando salí, saqué fuerza de donde no tenía y estuve bien tres años. Hacía (tratamiento) ambulatorio, trabajo, gimnasio; no tenía tiempo ni para pensar.
—Todo venía bien. ¿Y qué pasó?
—Fui a una fiesta a la que no debería haber ido porque sabía que iba a haber mucho consumo, de cocaína y alcohol. Lastimosamente, ese día consumí. Y empezó mi calvario.
Después conozco a una pareja. Yo consumía y él se iba a trabajar. Ahí un amigo me enseñó lo que son las estafas por Facebook: yo me hacía pasar por una persona y les pedía una transferencia.
—¿Qué hacías? ¿Diciendo qué? Explicame.
—Te hacés pasar por una chica, más que nada con gente grande. A ellos les gustaba esa chica. Y entonces, te transferían.
—¿Les escribías a hombres, seduciéndolos?
—Tal cual. Y subía fotos que no eran mías. Siempre manejaba plata, mucha plata.
—¿Qué pedían a cambio de las transferencias?
—Solo las fotos.
—¿Mandabas fotos de chicas desnudas?
—No, desnudas no. En ropa interior. O de ellas, tranqui. Y si me pedían del otro extremo, ya no les hablaba porque no tenía de esas fotos.
—¿De dónde sacabas las fotos?
—De las redes sociales de una chica, de una desconocida, que ni siquiera es de acá, de Buenos Aires.
—¿Cómo empezaba el chat? ¿Cómo le escribís a un desconocido?
—Les mandaba la solicitud y después de ver la foto que subía a las historias, ellos solos te hablaban. Me preguntaban cosas y así se daba la conversación. Cuando pasaban unos días yo les decía si me podían transferir, porque… no sé, estudiaba.
—¿Y te transferían?
—Sí. Encima, mucha plata.
—¿Cuánto te llegaron a transferir?
—Una persona me llegó a pasar 700 mil pesos en un mes. Esto fue hace dos años.
—¿Alguno te dijo que te quería conocer?
—Todos. Era la mentira para que sigan transfiriendo.
—¿Y vos qué les decías? ¿Que no podías?
—Y… la hacía muy larga. Algunos me han transferido para los pasajes: el que me pasó los 700 mil en un mes, me pagó el pasaje diez veces. Estaba loco.
—¿La plata que hacías con esas estafas, la usabas para consumir?
—Sí. Por eso la persona que estaba conmigo, mi pareja, no quería que hiciera eso. Porque agarraba mucha plata y llevaba todo para eso.
—Además de las drogas, en un momento también aparece el juego.
—Sí, sí. Al tiempito que arranqué con esto de Facebook empecé a jugar. Estaba con una amiga en su casa y veo que se carga fichas para jugar en un casino online. Yo la miraba: ese día ganó plata. Y cuando llegué a mi casa me dio por querer jugar. Compré para consumir y dije: “¿Y si pruebo?”. Me cargué (fichas), ese mismo día gané y así arranqué.
—¿A que empezaste a jugar?
—A los slots (el equivalente a las máquinas tragamonedas). Jugaba a todos, iba probando. Y no podía estar sin alguna de las dos cosas. O sea, si no estaba en consumo, no jugaba; pero si consumía, sí o sí necesitaba jugar al casino. Sí o sí…
—¿Por qué?
—No sé… Me lo pedía la cabeza.
—Cuando jugabas, ¿cuál era la sensación?
—Te da… ¿Cómo se llama? Adrenalina.
—¿Te endeudaste para jugar?
—Me rendeudé. Me endeudé un montón. Tenía contactos que hacían préstamos, entonces pedía, pedía, pedía, y era un sinfín de préstamos. Como yo no pagaba, entonces me subían el interés. Y bueno…
—¿Cuánto llegaste a deber?
—Ahora, por ejemplo, sigo debiendo. Cuando me quise dar cuenta, me interné.
—¿Cuándo jugaste por última vez?
—El 12 de agosto. Hace un mes y un poquito salí de estar internada. Estoy con un tratamiento ambulatorio.
—En total, ¿cuánto tiempo estuviste jugando?
—Un año y medio, ponele. Y siete meses sin parar, consumiendo y jugando todos los días, las dos cosas. Los siete meses anteriores a eso también, pero no todos los días.
—¿Y de qué vivías?
—De las estafas de Facebook. Con eso también le daba de comer a mi hijo, todos los días.
—¿Cuál fue el periodo más largo que estuviste despierta, consumiendo y jugando?
—Cinco días. Cinco días en que ya estaba ahí nomás de irme para el otro lado, porque era consumir y sentir que me moría. Así, literal. Sentía que me estaba muriendo, no podía parar de consumir…
—¿Y por qué seguías jugando?
—Porque jugaba y ganaba. Entonces, era un sinfín.
—Pero también jugabas y perdías…
—No, obvio. Sí, sí. Pero las veces que ganaba era cuando pasaba tres, cuatro días despierta. No sé por qué. No entendía el por qué. Pensás que te vas a salvar, y no te salvás de nada porque lo único que hacés es endeudarte. Te lo juro: la realidad es que no ganás nada. Te saca el tiempo, nomás.
—Y la plata.
—Y todo… Todo, todo. Te desestabiliza emocional y económicamente.
—¿Te enojabas cuando perdías?
—Sí, mucho, mucho.
—¿Entendiste que siempre vas a perder, que acá no hay azar, que el sistema está armando para que pierdas?
—Sí, sí. Lo entendí cuando me interné: hablamos un montón sobre lo que es la ludopatía. Hablamos de que el fin de la ludopatía es el suicidio. O sea, es como la adicción a las drogas: vos podés quedar loco, preso o muerto. Con la ludopatía lo único que te puede pasar es que te suicidás de tantos préstamos, de tantas cosas que debés. Siento que las dos cosas me arruinaron mucho. Demasiado. Me lastimaron. No le prestaba atención a mi hijo. Hasta que me interno porque mi hijo me empezó a decir que se quería morir.
—¿Por qué te decía eso?
—Y… porque la mamá jugaba todo el tiempo. Era verla todo el día durmiendo, y cuando se levantaba, estaba jugando. Mi hijo no entiende, pensaba que estaba así solo por el casino. Y me decía: “Otra vez estás jugando. ¿Por qué jugás? Ojalá me muera”. Se quería morir porque no tenía a su mamá, y esas cosas.
—Por un lado, ¿vos sabés que lo tuyo es una enfermedad? ¿Lo tenés claro?
—Tal cual. Es una enfermedad que me va a acompañar toda la vida.
—Por otro lado, tu hijo necesita de alguien se pueda ocupar de él. ¿Quién te ayuda?
—Mi mamá. Igual, yo le estoy poniendo todo: me levanto, lo llevo (a la escuela), voy al ambulatorio, vuelvo, estoy con él, cocino, lo baño. Soy muy atenta: me gusta vestirlo bien, que tenga el pelo cortito. Siempre fui muy mamá, dentro de toda mi enfermedad.
—¿Hoy cómo te sentís?
—Bien. Tengo mil cosas en la cabeza, como cualquier enfermo. Pero vengo bien. El (tratamiento) ambulatorio y el psicólogo, la terapia, los grupos de adicciones, me van a acompañar toda mi vida. Y con eso voy a poder seguir remontando, como lo estoy haciendo.
—¿Las personas que te rodean también entienden que es una enfermedad?
—Mi mamá lo entendió esta vez, porque nunca pensó que era una enfermedad.
—Antes, ¿qué pensaba tu mamá?
—Mi mamá pensaba que yo podía sola: “Pero mamita, dale, si vos podés”, me decía. “No, no puedo… Mami, si me ves todos los días igual, que no paro un día, ¿vos te pensás que yo tengo ganas de estar así todos los días?”. Yo buscaba que mi cabeza hiciera el clic que tanto necesitaba. No sé de dónde saqué esa fuerza, pero la conseguí. Me miraba al espejo, le pedía a Dios por favor, que me ayudara, que no quería esto para mí.
—¿Le contás a tu hijo lo que te pasó?
—Sí, sí. Hablo. Él es mi compañero. Demasiado, por suerte. Y me entendió bastante bien. No quería que me internaran y le dije: “Me tengo que curar. Mamá juega mucho”. “Sí, mamá. Yo no quiero que juegues más”, me dijo. “Bueno, entonces me tengo que internar”. “¿Otra vez?”, me decía. Mirá cómo se acordó de cuando tenía tres añitos y me había internado… “¿Otra vez?”, me decía. “Sí, papá. Otra vez… Pero esta vez ya está. Esta vez, va a ser la última”.
—¿Qué historias conociste estando internada?
—Tuve una compañera. Cuando vino, no paraba de llorar. Y no podía hablar. Entró toda golpeada. No entendíamos nada. Pasaron los días, empezó a sociabilizar con nosotras, se acercó. Un día nos contó que le dolía mucho el cuerpo. Y nos dijo que en la familia le habían pegado. “Mi familia me mató a golpes, a palazos. Todos juntos. Quedé debiendo 20 millones por el juego”. Su familia la mató a golpes y a ella no le quedó otra que internarse porque había gente que la andaba buscando. Gente pesada. Y por eso se tuvo que escapar.
—¿Vos, cuánto estás debiendo hoy?
—Un millón de pesos.
—¿Te están esperando para que lo pagues?
—Sí.
—¿Cómo es? ¿Vos jugabas directamente?
—Vos les transferís y ellos te cargan para que juegues.
—¿Y por qué eso? Si vos tenés la plata, ¿por qué la carga otro?
—Porque maneja todo lo que es la plataforma. Ellos te hacen la cuenta en el casino virtual y les transferís. No te preguntan nada, ni la edad.
—¿Nunca te pidieron un documento para darte el alta?
—No, jamás. Antes, no todos cargaban toda la noche. Ahora la gran mayoría están las 24 horas.
—¿Esa es la figura del cajero?
—Sí.
—Y cuando ganás, ¿ese dinero lo retirás también a través de esa persona?
—Claro. Le decís que te retire las fichas, porque ellos hablan en fichas, no en pesos. Es todo ficha: “Ganaste 40 mil fichas”. Así.
—¿O sea que vos no tenés ningún control de tu cuenta?
—No. Y te pueden estafar. He escuchado de varios casos que ganaron mucha plata y el mismo cajero los bloqueó y se quedó con lo que ganaron. Son rebravos. Hay de todo.
—Hay que separar muy bien el juego legal del ilegal. A mí puede no gustarme ninguno, por supuesto, y los menores de edad no pueden participar nunca. Pero en los sitios legales hay controles que los ilegales no tienen.
—Sí, sí. Siempre me manejé así: transferir a alguien para jugar. Con todos los que yo conozco siempre fue así. Es muy horrible.
—¿Qué te pasa cuando ves en las redes sociales, en la televisión, en todos lados, que estamos bombardeados de publicidad de juego online?
—Es una locura. Pienso que está muy mal, porque lo último que terminás haciendo con la ludopatía es matándote por las cuentas que dejás. Vamos a ser realistas: hay muchos chicos jugando. Y al bullying, a esto, a lo otro, al suicidio, a todas esas cosas, le vamos a tener que sumar también el casino.
—¿Qué le dirías a alguien que está del otro, que piensa que juega un ratito en el celular o hace una apuesta en un partido de fútbol y no pasa nada?
—Que no juegue más. Que es un sinfín, que nunca termina. Y que perdés todo: tu cabeza, tu familia, tus cosas. No ganás nada. Y así como lo ganás, lo perdés de vuelta por la misma adicción. Nunca terminás ganando, siempre ganan ellos. Y que cuiden mucho a sus hijos. Porque la adicción está en todas partes, y de muchas formas.
Voces es un ciclo de entrevistas sobre distintas temáticas que busca visibilizar, concientizar y generar empatía. Escribimos y contamos tu historia a: [email protected]