sábado, 4 enero, 2025
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El leal soldado japonés que siguió «luchando» en la jungla 30 años después de la guerra

La historia de Teruo Nakamura tiene todos los ingredientes para inspirar a Hollywood: era un soldado raso del Ejército Imperial Japonés que había jurado vivir y morir por el emperador durante la Segunda Guerra Mundial. Pero nadie le avisó que la guerra terminó en 1945 y en diciembre de 1974, casi 30 años después del fin de la contienda, todavía estaba convencido de que la lucha continuaba.

Teruo Nakamura era el último de los «resistentes«, el nombre que se le dio al grupo de soldados japoneses que lucharon mucho después de la guerra, negándose a creer las noticias de la derrota por parte del emperador Hirohito.

Hirohito fue adorado como un semidiós viviente y fue comandante en jefe de las fuerzas armadas de Japón durante su marcha a través de Asia en las décadas de 1930 y 1940. El discurso de rendición de Hirohito en la guerra fue transmitido por radio el 15 de agosto de 1945, días después de que Estados Unidos lanzara bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

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Teruo Nakamura fue uno de los miles de soldados que, convencidos de la divinidad del emperador, habían jurado vivir y morir por Hirohito, al que consideraban descendiente de todos los dioses. Es por esto que, cuando llegaron noticias de que el soberano se había rendido humillantemente ante Estados Unidos, no quisieron creerlas y siguieron en estado de alerta.

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La búsqueda y los intentos por regresar a Nakamura y a sus compañeros a Japón se extendió durante casi treinta años. Incluso se habían utilizado revistas de pornografía soft en un intento de atraer al teniente Hiroo Onoda, líder de una banda de rezagados que quedaron casi olvidados en la isla de Lubang, en Filipinas.

Hiroo Onoda, un oficial de inteligencia, fue enviado a la isla filipina para luchar contra las fuerzas aliadas y su vida inspiró la cinta japonesa «Fires On The Plain» (2014), que cuenta la lucha de un soldado abandonado por sobrevivir en la jungla. En 1945, Onoda se encontró con panfletos que el ejército estadounidense había dejado caer en la isla y que decían que la guerra había terminado. Creyendo que era una artimaña de Estados Unidos, siguió utilizando sus tácticas de guerrilla.

En 1974, Norio Suzuki, un viajero japonés, se encontró con Onoda y sus soldados en la isla. Suzuki le explicó que la guerra había terminado hacía tiempo, pero Onoda le respondió: «No dejaré de luchar a menos que haya una orden que me releve de mi deber«. Solo regresó a Japón después de que su ex comandante viajara a la isla y le ordenara que depusiera las armas.

A Onoda lo acompañaban otros tres soldados, uno de los cuales se fue de la selva en 1950. Otros dos murieron, uno de ellos en un enfrentamiento con tropas locales en 1972 y el otro por hambre. El último soldado del grupo de Onoda, Teruo Nakamura, fue encontrado cultivando solo en la isla indonesia de Morotai en diciembre de 1974. 

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Como miles de soldados, Teruo Nakamura prometió vivir y morir por el emperador japonés

Cuando Japón se involucró en la Segunda Guerra Mundial, Teruo Nakamura fue enviado con otros soldados a la isla de Morotai, controlada por los japoneses.

Nacido en Taiwán (por entonces una colonia japonesa) en 1919, Nakamura pertenecía a la población indígena amis de la isla y fue criado en la pobreza en un pueblo de montaña. Su estilo de vida autosuficiente y su conocimiento de la tierra le proporcionaron las habilidades necesarias de supervivencia en la jungla. 

Nakamura fue uno de los miles de soldados taiwaneses engañados haciéndoles creer que sus vidas mejorarían a medida que las ambiciones imperiales de Japón buscaban dominar gran parte del este de Asia en nombre del emperador. A los 20 años se ofreció como voluntario del ejército de Hirohito y abandonó a su familia, incluida a su esposa embarazada. 

Como todos los reclutas que servían en el Ejército Imperial Japonés, Nakamura fue adoctrinado para creer que la capitulación era la peor desgracia imaginable y que el suicidio o la muerte a manos del enemigo eran las únicas opciones honorables. Como contó en su autobiografía el teniente Onoda fue fiel a un código militar que enseñaba que la muerte era preferible a la rendición.

Después de un entrenamiento básico, fue enviado con otros soldados a la isla de Morotai, controlada por los japoneses. En septiembre de 1944, unos 300 japoneses perdieron la vida en Morotai en acciones suicidas contra las fuerzas combinadas estadounidenses y australianas, que los superaban en número de combatientes. 

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A principios de 1945, la unidad recibió la orden de dividirse en grupos más pequeños y lanzar una campaña de guerrillas desde dentro de la imponente jungla.

Aislados de todo contacto con Japón, Nakamura y los demás soldados no se enteraron de la devastación causada por las bombas atómicas que cayeron sobre Nagasaki e Hiroshima y tampoco escucharon el discurso del emperador Hirohito en el que anunció la rendición incondicional de su país ese año. 

En los siguientes meses, los aviones aliados lanzaron folletos sobre la isla anunciándoles a los rezagados japoneses que estaban luchando por una causa perdida. Pero los leales, que habían jurado vivir y morir por el imperio, no podían concebir que el emperador hubiera hecho algo tan vergonzoso como admitir la derrota.

Atrapados en una distorsión temporal, los soldados consideraron que los panfletos eran propaganda enemiga y se negaron a abandonar la selva, donde las enfermedades y la desnutrición redujeron su número hasta que sólo quedaron unos pocos. 

«Todo soldado japonés estaba preparado para la muerte, pero como oficial de inteligencia se me ordenó llevar a cabo una guerra de guerrillas y no morir«, dijo Onoda en una entrevista en 2010 con la cadena ABC. «Me convertí en oficial y recibí una orden. Si no la pudiera cumplir, me sentiría avergonzado. Soy muy competitivo».

Pronto, Nakamura abandonó al grupo y se fue solo, armado con un rifle de asalto, un casco, un cuchillo, una olla y un espejo. Se estableció en un lugar remoto de las montañas del sur de Morotai y los demás soldados japoneses lo dieron por muerto. «Tomé una simple decisión equivocada y me costó 30 años», lamentó.

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Construyó una choza hecha de bambú y hojas, fabricó herramientas para la agricultura y la cocina utilizando restos de metales que quedaron de la guerra, creó trampas y tubos de bambú para recoger agua de lluvia, cultivó pimientos rojos y plátanos, junto con frutas como papaya y un tubérculo llamado taro.

Según sus relatos, Nakamura cocinaba en las noches para que el humo no fuera visto por el «enemigo», recitaba cánticos militares y registraba sus expediciones de la jungla en un mapa tallado en una piedra. Sus únicos entretenimientos eran pescar, jugar con un ábaco casero y tratar de domesticar un jabalí y un pájaro exótico que volaba alrededor de su choza.

«Aunque no tenía a nadie con quién hablar, en lo más profundo de mi corazón parecía haber un rayo de esperanza y expectativa», dijo Nakamura a su regreso a Taiwán. «El único rastro de felicidad durante ese tiempo provenía del hecho de que todavía estaba vivo y aún no había perdido mi sentido de la existencia«. 

En 1956, muchos de los soldados que habían sido compañeros de Nakamura fueron encontrados y repatriados a Japón, Nakamura, presuntamente muerto en la jungla, continuó allí solo. Algunos isleños intentaron explicarle que la guerra había terminado, pero nadie pudo convencerlo. Cuando le decían que acepte la derrota, respondía: «Japón es invencible».

En la década de 1970, cuando el Imperio Japonés ya se había desmoronado definitivamente, el país inició más labores para la búsqueda de otros tantos soldados que habían quedado dispersos en la misma situación que Nakamura, creyendo que la guerra continuaba. Creía que el emperador era una deidad y la guerra una misión sagrada.

Uno de ellos, el sargento Shoichi Yokoi, fue hallado por pescadores en 1972 en la isla estadounidense de Guam tras haber vivido 28 años en un agujero hecho en el suelo y comiendo solo caracoles y lagartijas. El siguiente fue el teniente Onoda, que fue aclamado como un héroe cuando regresó a Japón.

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La publicidad del retorno triunfal de Onoda -que incluso posó para los medios con una «conejita» de la revista Playboy– refrescó la memoria de unos cazadores que habían visto a Teruo Nakamura en la jungla de Morotai. El gobierno nipón pidió la ayuda del gobierno indonesio para encontrarlo.

Una unidad del ejército indonesio tardó tres días en llegar a pie a través de la jungla y, a medida que se acercaban, comenzaron a cantar el himno nacional japonés para atraer al soldado. Al final, Nakamura fue encontrado el 18 de diciembre de 1974, «dolorosamente delgado y aterrorizado«, pero no hizo ningún esfuerzo por resistirse.

Nakamura nunca regresó a Japón y decidió establecerse en Taiwán. Allí descubrió que su esposa, creyéndolo muerto, se había vuelto a casar diez años después de haber dado a luz a un hijo que nunca conoció. La mujer dejó a su segundo marido y renovó sus votos con Nakamura antes de que él falleciera de cáncer de pulmón en 1979.

Su terrible experiencia de privaciones puede haber parecido un desperdicio inútil para muchas personas. Pero Nakamura dijo que no sentía haber perdido 30 años de su vida porque los había dedicado al servicio de Japón. El gobierno japonés, sin embargo, no mostró gratitud por su servicio involuntario y Nakamura como ciudadano taiwanés, no recibió las pensiones y honores otorgados a los veteranos japoneses.

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