(The Economist) Para entender cómo se ven a sí mismas las universidades de la Ivy League de Estados Unidos alcanza con leer sus folletos de admisión. Fotos de estudiantes riendo en prolijos jardines sugieren un santuario de crecimiento personal y exploración intelectual.
El mundo tiene una impresión diferente. Ve a las universidades de la Ivy League como una política woke descontrolada y campamentos protestando contra la guerra en Gaza. Los presidentes de cuatro universidades de la Ivy League renunciaron desde fines de 2023 luego de ser acusados por políticos y exalumnos de mostrar excesiva simpatía por esa visión.
Pero ninguna de esas imágenes capta completamente la actual realidad de la Ivy League. Un mejor lugar de observación es Whitney, un Museo de Nueva York. En septiembre 800 estudiantes fueron recibidos por D.E.Shaw, un fondo de inversión, para socializar entre canapés y esculturas. El objetivo del evento, cuentan quienes asistieron, era orientar al grupo de jóvenes asistentes hacia una visión particular del éxito.
En los 70s, uno de cada veinte graduados en Harvard entraban directamente al mercado de trabajo en áreas como Finanzas y Consultoría. En los 80s, la proporción pasó a uno de cada cinco, en los 90s, a uno de cada cuatro. No es sorprendente, en especial si se considera que eran tiempos de bonanza en Wall Street. Pero en los últimos 25 años ha habido un cambio más pronunciado: en julio de 2024 casi la mitad de los graduados de Harvard que entraron al mercado laboral tomaron trabajos en Finanzas, Consultoría o Tecnología.
Más que nunca antes, la vida en los campus universitarios es vista como una vía rápida al mundo corporativo. Mientras D.E.Shaw celebraba su evento en Whitney, Harvard organizaba una feria para nuevos estudiantes. A medida que los novatos se movían entre los diferentes clubes de estudiantes, iban detectando una jerarquía. Los clubes más codiciados eran los pre-profesionales en Consultoría, Inversión y similares. Varios admiten solo un reducido porcentaje de postulantes, confiriéndose más prestigio a los que comparan su selectividad con la de la propia universidad: “el 5% del 5%”. Los pocos elegidos no se vuelven “miembros”, en el lenguaje de algunos clubs, sino en “socios” o “directores-gerentes”. Más Wall Street que vida en un campus.
“Los atrae la exclusividad como la luz a una luciérnaga”, dice Luke (un seudónimo), estudiante de cuarto año y director de uno de los clubes. Los miembros de su club esperan conectarse con bancos de inversión como Goldman Sachs y fondos de cobertura como Citadel. “Tenemos exalumnos en todos los grandes nombres”, dice Luke.
Los clubes profesionales son solo la parte más visible de un proceso amplio de aculturación, que gradualmente rediseña las valiosas ambiciones de muchos estudiantes de “hacer una diferencia”, poco definida e irrealista como la idea pueda parecer, en un plan para logarer una pasantía en consultoría de gestión. Annushka, una estudiante de segundo año, recuerda haber sentido un aluvión abrumador de grupos ofreciendo impulsar las carreras de los nuevos estudiantes. “Eres constantemente bombardeado”, dice. Ella resistió la tentación de sumarse, pero atendió sesiones de información.
En cambio Luke llegó a Harvard esperando concentrarse en política y políticas públicas, pero cambió de idea y pivoteó al mundo más concreto y cuantificable de las finanzas al comenzar segundo año. Fue bastante tarde, según él mismo reconoce, sorprendido por lo temprano que se inicia la búsqueda de carrera: recibe llamadas de estudiantes que ni comenzaron el primer año. “Yo les digo; no hablaré contigo, ve a explorar, haz otras cosas, disfruta tu primer año”.
No fue siempre así. Hace 20 años, dice Deb Carroll, directora de la oficina de carreras de Harvard, las pasantías de verano (que frecuentemente se hacían después del tercer año de universidad) se conseguían solo unos meses antes, incluso en campos competitivos como la banca de inversión. Hoy en día, las pasantías en la banca empiezan ese proceso dos años antes. Algunos estudiantes ya tienen planes para el verano (boreal) de 2026. “Es verdaderamente desafortunado, pero no es algo que podamos detener”, dice Carroll. Los estudiantes en universidades de la Ivy League sienten la presión; en Yale, algunos estudiantes de segundo año compiten pasantías en tecnología destinadas a los de tercer año diciendo que se graduarán antes.
Todo esto plantea la pregunta de qué debe ser una universidad. Las de la Ivy League son imaginadas como lugares donde se busca el propósito de la vida, sea para convertirse en dramaturgo, investigador del cáncer u otras sorprendentes posibilidades. O un banquero de Wall Street.
Hoy, el reclutamiento corporativo se volvió en la característica dominante que formatea la vida en el campus desde que los estudiantes pisan la universidad. Esa atmósfera de búsqueda de carrera puede desalentar a estudiantes como Annushka y atraer a otros como Luke. En ambos casos, su experiencia universitaria está moldeada por el reclutamiento.
Una compañera de clase de Luke, que tuvo una pasantía en un banco de inversión el verano, habló con The Economist en un café de estilo escandinavo cercano a Harvard Square, donde un latte cuesta ocho dólares. Afuera, los manifestantes repartían volantes que decían que un estudiante había sido despedido como barista por intentar crear un sindicato. “Fui a la universidad sin saber realmente qué quería hacer, esperando inspiración”, dice. “Así que caí en las finanzas”. Tal vez no quede allí más de cinco años. Sospecha que preferiría ser maestra. Pero pidió no ser nombrada por temor a perjudicar sus posibilidades en Wall Street.
En las protestas, algunos manifestantes estudiantes cubren sus rostros con máscaras o kefias, en parte para asegurarse de que fotos que los comprometan caigan en manos de futuros empleadores
Incluso las protestas contra la guerra en Gaza no escapan de la presión del reclutamiento. Los estudiantes que exigen que las universidades desinviertan en empresas vinculadas a la guerra podrían parecer en conflicto con los más serios aspirantes a socios del club de Luke. Algunos manifestantes estudiantes cubren sus rostros con máscaras o kefias, en parte para asegurarse de que fotos que los comprometan caigan en manos de futuros empleadores (algunos opositores a los manifestantes, como Bill Ackman, jefe de un fondo de cobertura, instaron a los reclutadores a no contratarlos).
Las principales empresas capitalizan el deseo de los jóvenes de evitar el riesgo, algo que las pruebas sugieren que es mayor de lo que debería ser. Isaac Hacamo y Kristoph Kleiner, economistas de la Universidad de Indiana, estudiaron a los “emprendedores forzados”. Los estudiantes que se gradúan de universidades de élite en períodos de alto desempleo tienden a crear más empresas, que a su vez son más propensas que el promedio a sobrevivir, acceder a financiamiento de capital riesgo y ser compradas. El estudio sugiere que, fuera de las recesiones, los graduados altamente calificados están asumiendo muy poco riesgo.
Es mucha presión para los estudiantes. Pero son bastante jóvenes como para cambiar de opinión. Un pasante en una firma de capital riesgo en Silicon Valley hoy no será necesariamente un “techie” mañana. En 2011, Marina Keegan, estudiante de Yale, escribió un ensayo lamentando el potencial perdido de sus pares de clase que pensaban en trabajos como banquero o consultor: “Quiero ver las películas de Shloe y quiero ver los musicales de Mark y quiero hacer voluntariado en la organización sin fines de lucro de Joe y comer en el restaurante de Annie y enviar a mis hijos a las escuelas que Jeff ha reformado”.
Trágicamente, Keegan murió en un accidente de auto días después de graduarse. Más de una década después, si se revisan los perfiles de LinkedIn de las personas por quienes ella se preocupaba se observa que hoy trabajan en el campo en el que Marina esperaba que terminaran, o bastante cerca. Los aspirantes de hoy en día pueden encontrar también su verdadero propósito, aunque no necesariamente sea el trabajo de consultoría que consigan mientras están en Harvard.
The Economist