La humanidad convivió durante siglos con los océanos, contemplando a las ballenas como símbolo de fortaleza y resistencia.
Herman Melville, en su novela Moby Dick (1851), ya imaginaba un mundo futuro en el que las ballenas sobrevivirían a la explotación humana, lanzando “su desafío espumoso al cielo”.
Ahora, más de un siglo después, un estudio científico publicado en Science Advances confirma que estas criaturas son capaces de vivir durante siglos, un hecho que la caza industrial había oscurecido, informó The Guardian Weekly.
El descubrimiento no sorprende a las comunidades indígenas -como los inuit, maoríes y haida-, quienes siempre creyeron en la longevidad de estos gigantes marinos.
Desde la década de 1990, investigaciones sobre ballenas boreales, también conocidas como ballenas de Groenlandia, ya habían evidenciado que estas alcanzan edades superiores a los 200 años, algo probado mediante el análisis de proteínas oculares y restos de arpones de piedra encontrados en sus cuerpos.
El estudio también desentraña los secretos de especies como la ballena azul y la ballena de aleta.
Examinando los tapones de cerumen que registran el crecimiento anual, científicos descubrieron que algunas ballenas, anteriormente consideradas ancianas a los 70 años, alcanzaban al menos los 114 años.
Estas cifras convierten a las ballenas en los mamíferos no humanos más longevos documentados hasta ahora. Según los autores de la investigación, esta longevidad es coherente con su tamaño corporal: las ballenas son los animales más grandes del planeta y, por ende, viven más tiempo.
La caza industrial masiva ocultó estas características durante gran parte del siglo XX. A pesar de la moratoria internacional de caza de ballenas establecida en 1986, que permitió la recuperación de algunas especies como la ballena jorobada y la ballena de aleta, las amenazas ambientales y humanas continúan limitando la capacidad de las ballenas para alcanzar su potencial natural de vida.
Entre los peligros actuales, las colisiones con embarcaciones, el cambio climático, la contaminación acústica y los enredos en redes de pesca representan desafíos significativos.
Estos factores amenazan la supervivencia de las ballenas individuales, y la recuperación de poblaciones enteras.
Tal es el caso de la ballena franca del Atlántico Norte, cuya población fue diezmada a tal punto que ahora se la considera funcionalmente extinta en el Atlántico oriental. Con solo 372 individuos restantes en la costa este de Estados Unidos, su recuperación parece cada vez más improbable.
Para el Dr. Charles Stormy Mayo, científico del Centro de Estudios Costeros de Massachusetts, la longevidad es esencial para las especies que producen pocas crías.
Sin embargo, la mortalidad inducida por los humanos está acortando los ciclos de vida y reproducción de las ballenas a niveles insostenibles.
Esto agrava aún más el impacto de siglos de caza indiscriminada, que dejó a muchas especies al borde de la extinción.
A pesar de las sombrías perspectivas, algunos hechos ofrecen un rayo de esperanza. En Cape Cod, Massachusetts, se avistaron recientemente ballenas francas juveniles, de tres y cuatro años, que regresan durante su migración anual para alimentarse.
Aunque este fenómeno genera optimismo, los conservacionistas advierten que la recuperación de las ballenas dependerá de la reducción de amenazas como la caza, que todavía persiste en países como Islandia y Japón.
El estudio publicado en Science Advances resalta la extraordinaria longevidad de los cetáceos, subrayando la importancia de preservar sus hábitats y protegerlas de amenazas humanas.
La conexión entre el tamaño corporal y la longevidad, junto con la recuperación parcial de algunas poblaciones tras la moratoria de caza, muestra que la naturaleza tiene una capacidad intrínseca de resiliencia.
A la vez, esta resiliencia requiere tiempo, algo que las ballenas no tienen si las condiciones actuales persisten.
La visión de Melville de ballenas desafiantes en un mundo posthumano podría parecer lejana, pero las lecciones de este estudio son claras: la supervivencia de los grandes cetáceos depende de su biología, y de nuestra capacidad para reducir nuestra influencia negativa en sus vidas.
Mientras tanto, el regreso de las ballenas a lugares históricos como Cape Cod sigue siendo un recordatorio de que, incluso ante la adversidad, la vida encuentra formas de persistir.