Por Guillermo Ferragutti (especial para El Ciudadano)
En 1957, el historiador alemán Ernst Kantorowicz publicó un aclamado estudio titulado Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval.
La obra profundiza sobre un aspecto primordial en la composición de los estados nacionales modernos. Comienza con el relato de un resonante y complicado asunto jurídico que había tenido lugar durante el cuarto año del reinado de Isabel I.
Según parece, su predecesor en el trono, Eduardo VI, había cedido parte de los territorios del ducado de Lancaster cuando todavía era menor de edad. Había que resolver la cuestión de la validez de semejante acción, y los juristas reales zanjaron la disputa estableciendo que todo rey tiene dos cuerpos.
Por un lado, el cuerpo físico, sujeto a la decadencia del paso del tiempo, la enfermedad, el hambre, los caprichos de la biología, por un lado.
Por el otro, el cuerpo real, estatal, eterno y trascendente, absoluto y perpetuo, formado por la política y el gobierno, compuesto para administrar el bien común y constituido por el pueblo, y en el cual no cabe vejez, juventud ni enfermedad “ni ningún otro defecto ni flaqueza natural a los que el cuerpo natural está sujeto”.
Por eso, lo que el rey haga con su cuerpo político, no puede estar anulado por ninguna incapacidad de su cuerpo natural, ni siquiera por la minoría de edad.
El cuerpo político del rey, por lo tanto, no comete errores, ni piensa mal, ni está jamás equivocado.
Su accionar tiene un carácter angélico, porque representa lo inmutable. Está claro el vínculo indisoluble entre la teoría de los dos cuerpos del rey y la teología cristiana, cuyo Dios-hombre encarnaba en sí lo eterno y lo temporal.
Dotado de fuerzas misteriosas, el cuerpo político forma una sólida unidad con el cuerpo físico del rey, pero lo supera y lo mejora.
Los juristas del siglo XVI sin duda tejieron cuidadosamente la urdimbre legal que relaciona y separa estas dos figuras.
Como resultado de este arduo trabajo, concluyeron entre otras cosas que, por ejemplo, el Rey no puede morir. Muerto su cuerpo físico, otro en su lugar es nombrado (a veces no tan inmediatamente) y el cuerpo político del rey permanece inmutable.
De manera inversa, cualquier ataque contra la persona física del rey es considerado un ataque al cuerpo político en su totalidad y, por extensión, a todo el pueblo, por lo tanto, recibe un castigo público siempre dotado de una gran espectacularidad.
Los libertarios de twitter, trolls o no, se manifiestan de acuerdo con todo lo que el presidente Javier Milei escribe o comparte, porque lo interpretan como cuerpo político.
Cuando el presidente publicó el mensaje promoviendo la memecoin $Libra, el Gordo Dan le respondió, “ya pongo todos mis ahorros”. Pero cuando apareció el mensaje desligándose de la estafa, volvió a contestar “bien, mi presidente”.
El pobre ciudadano habrá perdido la totalidad de sus ahorros y, aun así, contó con la presencia de ánimo como para felicitar al quien lo impulsó a esta temeraria acción.
La infalibilidad del líder no es un tipo novedoso de combinación de los cuerpos del rey. Lo vimos en muchos experimentos totalitarios. Y escribimos mucho sobre este aspecto.
El líder, bañado por el carácter angélico de su poder, pasa a tener como atributo personal el del cuerpo político, la imposibilidad de error, la eternidad, las fuerzas del cielo, en este caso.
Pero en el caso particular de Javier Milei, el análisis se complejiza dado que hay que apartar del análisis su perfil fracturado, escindido por un desorden de personalidad que desdobla su cuerpo físico en otro yo: el criptochanta que le entrega su agenda pública a su hermana, la cual, según afirman, vende a cuerpos físicos el acceso privilegiado al cuerpo político presidencial.
Por su parte, los asesores sin cargo que rodean el cuerpo político, también actúan como excarnados de su participación en ese Leviatán que parasitan con su presencia pero de manera tal de no aparecer en la “raviolera” del estado.
Son meros cuerpos físicos, que pasan por la consola estatal apretando botones sin tener un tablero propio ni una responsabilidad jurídico-política por lo que hacen.
Los asesores presidenciales se esfuerzan en separar el cuerpo político cuando el primer mandatario insulta por twitter, y a menudo hablan en concreto de un ser humano que simplemente se manifiesta, se expresa encima.
Reivindican su autenticidad, como en una incontinencia diarreica que sólo afecta al cuerpo físico sin llegar a invadir el espacio de la política pública.
Así, Milei utilizaría su libertad de expresión en tanto persona común. De manera inversa, cada crítica recibida es leída como un ataque contra todo el pueblo, y requiere para su reparación un severo castigo público.
La explicación que Javier Milei dio sobre la estafa que promovió (perdón, difundió) en sus redes sociales frente al genuflexo periodista de tan singular estampa gira en torno a esta estrategia.
Los errores de Javier nunca son del presidente, sino de la frágil criatura que se esconde temerosa en un cuerpo físico atravesado por el rivotril y el odio a las papas fritas.
El tecnoentusiasta que se tecnoentusiasmó sobre su celular, olvidó apenas por un momento que conforma un cuerpo doble, sin el cual el llamado pump and dump de la $Libra no hubiera sido posible.
“Me olvido que soy presidente”, “soy el mismo de siempre”, “debo levantar murallas”, expresiones que intentan mostrarnos que se trata simplemente de un niño en un traje de hombre, un rey en minoría de edad, intentan apelar a que lo veamos primero en su cuerpo físico y olvidemos que constituye la cabeza de un cuerpo social en el que estamos todos atrapados.
Por eso la interrupción de Santiago Caputo en plena entrevista.
Cuando Milei le dice a Jony Viale que lo defenderá el Ministro de Justicia de la Nación, está confundiendo los cuerpos, está incurriendo en el uso de un órgano del cuerpo político para proteger al cuerpo físico.
Eso es un “quilombo judicial”, que ni los creativos abogados de los Tudor podrían solucionar.
La justicia norteamericana, veloz a la hora de atribuirse jurisdicciones, no arrastra estas tradiciones medievales en las que Milei pretende escudarse, y comprende poco la diferenciación entre el individuo presidencial y el estado al que representa.
Los mercados muy probablemente tampoco. Por eso, tanto las demandas como los costos asociados a este escándalo internacional posiblemente empiecen a llegar contra ambos cuerpos, el presidente Javier Milei y la República Argentina. O sea, digamos, nosotros.