Luciano Debanne (*)
¿Han oído el canto de un chingolo? Si, lo han oído. Aunque quizás no lo sepan. El Chingolo es un pajarito que vive en toda Sudamérica.
Escuchen esta historia que les voy a contar.
Resulta que, durante la pandemia, Gabo Mindlin, que en ese momento era director del Instituto de Física Interdisciplinaria y Aplicada de la UBA, no podía acceder a su laboratorio donde trabajaba en Modelos Dinámicos No Lineales.
Gabo vivía cerca de una plaza enorme de Buenos Aires, el Parque Pereyra Iraola, al que iba siempre. Le gustaba estar ahí, ese era su lugar en el mundo. Y entonces durante la pandemia se le ocurre que, ya que no pueden encerrarse en el laboratorio, quizás puedan trabajar ahí. Así fue como Gabo junto con su equipo trasladan su trabajo de investigación al parque.
¿Y el chingolo? Ahí va.
Resulta que el chingolo, como buena parte de las aves cantoras, aprende su canto de sus mayores. El canto del chingolo está compuesto de dos a cuatro notas introductorias que son similares en todos y un trino final que varía.
Los chingolos viejos les enseñan el canto a los jóvenes, y estos van aprendiendo en comunidad, escuchando aquello que cantan los chingolos que viven en el lugar. El pajarito aprende su trino, no es innato. Cada comunidad de chingolos tiene su propia canción, que van a entonar durante toda su vida, pero alguien tiene que enseñársela.
Bueno, va que un famoso ornitólogo, Fernando Nottebohm, había registrado allá por los años 60, en papel con notas y marcas, el canto de los chingolos de Parque Pereyra. El mismo parque donde iba Gabo, lo que son las cosas.
“Si notaba una frecuencia ascendente, la marcaba con un signo hacia arriba”, cuenta Gabo Mindlin sobre las anotaciones de Nottebohm. “Si bajaba, haciéndose más grave, dibujaba un signo hacia abajo. El trino era un conjunto de pequeñas líneas, y así representaba la canción”.
Y Gabo se pregunta, mirá la pregunta qué hermosa, se pregunta si seguirán los chingolos de hoy cantando las canciones de sus abuelos.
Y descubre que no. Por distintas razones había canciones que se habían perdido: la invasión de otras aves, la muerte de muchos ejemplares, la migración ante el avance de la ciudad, en fin, el mundo éste en que vivimos, qué sé yo.
Entonces este equipo de científicos locos, delirantes, poéticos, reconocidos internacionalmente y recontrarchi formados en la educación pública… agarran las notas que Nottebohm había escrito con rayitas y puntos en papeles y libretas de campo, y aplican modelos matemáticos, e inteligencia artificial, y cálculos complejos, conocimientos biológicos e ingeniería aplicada, y magia de esa que se conjura cuando uno trabaja con el corazón; agarran todo eso y generan una arquitectura de redes neuronales artificiales a partir de un modelo matemático basado en la física del sonido, capaz de comparar y producir copias sintéticas de esos cantos.
O sea, fabrican un robotito que silba como un chingolo de los años 60 en Parque Pereyra. ¡Bello!
Y lo ponen ahí, en el parque, para la época en que los chingolos jóvenes aprenden a cantar. Suman esa pieza cultural del pasado, que persistía en anotaciones de papel ya viejas, y en fragmentos dispersos de los cantos actuales, la suman a la charla del presente. A ver qué pasa.
Y va que un pajarito joven se apropia del canto. Lo aprende. Agrega pequeñas variaciones de entonación personales. Y lo transmite, lo suma al repertorio. Lo hace propio, aporta su entonación, y trae el viejo canto olvidado al coro de cantos de presente. Enrulado el tiempo entre los sonidos de los pájaros.
Y ahí están ahora los chingolos de Parque Pereyra, en plena ciudad de Buenos Aires, cantando viejas canciones que ahora son, de nuevo, canción actual.
Esa historia quería contarles.
Anoten sus cantos, amigos, amigas, anoten sus cantos y los cantos de los demas. Y pónganlos a disposición, aunque sean rayitas apenas, silbos de una tarde en un parque de algún lugar.
Porque incluso cuando todo parece perdido y el mundo amenaza con acabarse, siempre hay un científico loco que sabe cuál es su lugar en el mundo, un grupo de gentes, poetas que trabajan en un laboratorio de física, un chingolo jovencito, un azar catastrófico de escala mundial, una plaza vacía en una ciudad. Y entonces, sucede.
(*) Escritor, educador y comunicador popular. Tomado de su muro de Facebook