Parece cosa de ahora, pero la movida con las sustancias que te alteran la percepción viene de arrastre, de miles de años. En esto de repasar la historia, la cosa va de que el mundo antiguo, ese de los romanos y los griegos, no le hacía el quite a lo que nosotros llamamos drogas antiguas. Al contrario, tenían una relación íntima y bastante persistente con ellas, desde los templos hasta los banquetes más caros. No eran vistas solo como un vicio o una amenaza, sino como herramientas potentes.
Según lo que cuenta la arqueología y también algunos textos viejos, como los de historiadores conocidos, el consumo de psicoactivos era parte del paisaje, ya sea para fines espirituales, medicinales o nomás para pasar un buen rato. Y acá las grandes protagonistas fueron dos que seguro conocés: el cannabis y el opio. Con estas dos se puede trazar una historia media paralela de la propia experiencia de los humanos.
El Cannabis: El humo sagrado y la risa colectiva
Lo del cannabis parece que tiene sus raíces más antiguas por Asia Central. En Israel, por ejemplo, hallaron un altar de hace unos 2.700 años con resina de cannabis. Se cree que usaban el humo para agarrar un estado de éxtasis ritual, una onda para conectarse con lo divino, con lo trascendente.
Y ojo que no es sólo eso. El historiador Heródoto, un capo de la época, escribió con asombro un ritual de los escitas, esos pueblos nómades. Contaba que tiraban semillas de cáñamo en piedras calientes y después se tapaban para inhalar ese vapor. El resultado era una especie de catarsis: gritaban de pura alegría y se reían a lo loco, como si se purificaran el alma y el cuerpo al mismo tiempo. Un «sauna» psicodélico.
Los médicos de esos tiempos, como Dioscórides o el mismísimo Galeno (el médico personal de Marco Aurelio, casi nada), sabían de que el cannabis provocaba risa, euforia. Galeno lo vio en los banquetes romanos, donde se comían unos pasteles con cáñamo. Advertía que si te pasabas te daba dolor de cabeza, pero en dosis justas, era alegría garantizada. Plinio el Viejo, en su laburo de Historia Natural, era mas ambiguo: le reconocía sus propiedades para la migraña o la gota, pero al toque decía que «apaga el semen de los hombres». O sea, a la vez medicina, y medio bajón para el deseo.
El Opio: El escape al dolor
Si el cáñamo te daba la risa, el opio era la sustancia para el olvido. La flor del sueño. En Egipto y Cercano Oriente se encontraron vasijas en forma de amapola desde hace más de tres milenios. Los residuos de opio que tenian prueban que había toda una red de comercio bien sofisticada para mover este narcótico.
Hasta en La Odisea de Homero se habla de una droga que, si la disolvías en vino, te borraba el dolor, la bronca y las ganas de llorar. Un verdadero consuelo. Pero, claro, tenía su lado B, el peligro. Ya Nicandro de Colofón, allá por el siglo II a.C., describió con detalle los efectos de una sobredosis: palidez, respiración débil y, en el peor de los casos, la muerte. Por eso era una medicina tan común como temida.
Incluso el emperador Marco Aurelio, un referente de los estoicos, terminó medio prisionero de su propio remedio. Lo tomaba para aguantar los dolores en las campañas militares, pero terminó con una dependencia. Galeno, su doc, lo dijo: sin esa ayudita, no habría podido ni guiar a sus tropas.
La cosa es que estas sustancias estaban por todos lados. Hoy les ponemos el rótulo de «vicio», pero para esta gente, el cannabis y el opio eran instrumentos que permitían comprender el misterio de la vida y de la muerte. Un dilema que arrastramos hasta hoy, sin lugar a dudas.